La sala degli animali de los Museos Vaticanos, con sus aproximadamente 150 esculturas de animales, demuestra de forma sorprendente al visitante en que medida eran frecuentes en la Antigüedad las representaciones de animales hechas en mármol. La cabeza de la cabra, montada excesivamente erguida sobre el pedestal actual, procede de una estatua de un tamaño próximo al natural, de la cual se han conservado en el Palacio de los Conservadores, en Roma, dos ejemplares similares y aproximadamente de igual tamaño. En cada una de estas estatuas de mármol, de más o menos 1,20 m de alto y de largo, cabalga un pequeño jinete desnudo, sosteniendo en una mano un tirso, que se ha conservado parcialmente y sujetándose al animal con la otra. En esta cabeza subsiste, en el lado derecho del cuello, a media altura, un arranque de mármol que no presenta el contorno regular de un puente de mármol, sino que tiene la forma de la superficie ovalada de una mano con el arranque de los dedos. Probablemente se trata de una mano que se agarra al pelaje del animal, tal como puede verse en el fragmento de la estatua de una cabra en los Museos Vaticanos.Las representaciones de una cabra en la que cabalga un Dioniso niño, un sileno o un Eros no siguen un modelo iconográfico uniforme, por lo cual la estatua del Prado sólo puede ser completada en sus rasgos generales. Se trata de una cabra del tipo de pelo largo, como las que se criaban, sobre todo en el Asia Menor. Las reproducciones en relieve y las estatuillas de bronce que se han conservado ponen en evidencia que los cuernos de la escultura del Prado no fueron completados del todo correctamente, pues, por lo general, eran más largos y con la punta girada hacia arriba. Datada anteriormente hacia inicios del siglo II d.C, la cabeza de Madrid, con sus rizos de cuidado diseño, por lo general estructurados en dos niveles, fue comparada con las estatuas del Palacio de los Conservadores y atribuida a la época de Tiberio.Las representaciones exentas de cabras eran frecuentes desde finales de la República y sobre todo a comienzos de la época imperial, es decir, en el siglo I d.C. Las estatuas de cabras con sus jinetes divinos Dioniso y Eros, instaladas en jardines de villas, transportaban a los propietarios de dichos lugares y a sus visitantes a un paisaje artificioso del mito y a la vez realista, en el que se encontraban mezclados imágenes de dioses, altares y animales, como una Arcadia ilustrada, cuyas evocaciones poéticas y mitológicas eran también una manifestación de las exigencias culturales del espectador.