De medio cuerpo, ligeramente escorzado, Durero se pintó a si mismo junto a una ventana abierta a un fondo de paisaje montañoso. Viste de jubón blanco con guarniciones negras y camisa con puntilla dorada, pelo largo, gorra de listas blancas y negras con borlal, capa parda y guantes grises de cabritilla. La elección de unas ropas elegantes y aristocráticas y la mirada severa dirigida al espectador, con altiva serenidad, indican la voluntad del pintor de hacer ostentación de su situación social.
Destaca la riqueza de detalles, la minuciosidad del tratamiento de las calidades y el brillante colorido, de entonación dorada, todo ello apoyado en un dibujo de impecable precisión
La satisfacción de su propia capacidad artística se comprueba en la inscripción del alfeizar de la ventana, escrita en alemán: “1498, lo pinté según mi figura. Tenía yo veintiséis años Albrecht Dürer”.
Adquirido para Felipe IV en la almoneda de Carlos I de Inglaterra.
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